crítica

“Amsterdam” de Ian McEwan

En su momento, Amsterdam ganó el premio Man Booker (1998). Lo leímos hace ya medio año en el project, escribí esta crítica para clase y se quedó ahí. Hoy la rescato, que nunca está de más.

Amsterdam es una novela sobre la amistad, lo que ya no hay cuando había amistad, la moralidad… y ciertamente podríamos parar de contar ahí. La crítica no se pone de acuerdo en este aspecto: para algunos, una de sus mejores obras (en lo que no puedo disentir, ya que es mi primer acercamiento a la obra del autor al que, por otra parte, no me importaría leer de nuevo); otros no pueden concebir que sea lo único publicado merecedor del premio que obtuvo; los más la consideran tremendamente divertida, y así la lista podría seguir. Esta crítica no puede menos que fruncir el ceño ante la mayoría. Si bien McEwan hace uso de una fina ironía y de humor negro (¿tal vez a modo de crítica social de algo que no soy capaz de vislumbrar entre sus líneas?), no considero esta una novela divertida, sino más bien pesimista y desde luego, desesperanzada con arte y vida.
El libro parte de una base evocadora y como de película mala de los domingos por la tarde: los cuatro amores de la vida de Molly Lane se reúnen en su funeral para darle el último adiós a la que fue una mujer maravillosa en vida y que finalmente sufrió una enfermedad degenerativa que la privó de mente y cuerpo hasta morir. A partir de este funeral, y olvidados ya (tanto autor como personajes) de la increíble Molly, pasamos a las vidas de los que siguen a este lado del espejo. Así la trama comienza y los acontecimientos se desatan y entrelazan. Por un lado tenemos a un músico creando la que en teoría será su obra magna, y, por lo tanto, páginas y páginas destinadas a hablar de composiciones. Por otro, la idea grande de la historia, la que llevará la trama hasta el final, en la que básicamente hay una disyuntiva entre moralidad y fama bastante importante que se resuelve como buenamente se puede. Adivinad qué gana. Esto nos lleva a diferenciar dos partes en la obra: la parte que habla de música y la que nos va moviendo con la historia, saltando de personaje en personaje y de punto de vista en punto de vista, si bien siempre con un narrador en tercera persona que a veces es omnisciente pero que nunca cuenta todo lo que sabe. He de reconocer que he disfrutado con ambas partes, si bien es verdad que no teniendo ninguna idea de cómo se crea música, solo puedo decir que resulta convincente lo que el autor dice (aunque podría ser mentira). También he de reconocer que por más llevadera que sea la trama de la novela, echa demasiada mano de casualidades, indirectas hacia el lector (supongo que McEwan pretendía que, al final, nos echáramos la mano a la cabeza diciendo «ah, claro…») y otros especímenes literarios. Unos pocos nunca están de más, pero cuando un libro se convierte en un deus ex machina tras otro ya se trata de un abuso y hay que saber hacerlo bien. McEwan no es tonto, o no lo parece al menos, y consigue que durante la lectura todo esto pase desapercibido. Es un autor sutil. Tan sutil que de las taras que tiene el libro solo te das cuenta más adelante, siendo en mi caso la primera reacción de tremendo entusiasmo.
Hay algo en el libro de Ian McEwan que me crea en un debate interno de lo más incómodo. Esto es finalizar con un golpe abrupto y seco, un final que es amargo como la vida misma, lo cual siempre es bienvenido porque parece que aunque estemos en el siglo XXI hay autores a los que les cuesta. Un final que, una vez hecho el impacto sobre el lector, no deja de ser demasiado efectista. Lo mismo mejor explicado, o lo mismo con algún sentido con la historia, o quizás lo mismo incluso sin tanta información para que el lector pueda ver por sí mismo o no lo que ha pasado sería mejor. Tal y como está narrado en la novela, y sobre todo con esas (burdas) últimas páginas que tanto quieren explicarlo para que el pobre lector no se pierda con todo lo que le contamos, resulta un tanto ridículo como salida para una obra que pese a sus más y sus menos no dejaba de tener un balance positivo. Así que podríamos reducir la experiencia con el final con un mero sí, pero no así. También me gustaría abrir un apartado con respecto a los personajes. Lo cierto es que dejando a un lado historia, escritura y final, son la sal de la novela, aquello que en un principio más llama la atención y lo que mejor dibujado está. Si bien la historia tiene sus pequeños fallos, como si de un borrador poco perfilado se tratase, los cuatro hombres de los que se habla son terriblemente interesantes. Resulta cuanto menos curioso que Molly, que parecía el centro de la ecuación, se olvide tan fácilmente por parte de narrador y (tres de los) personajes. Excepto cuando es necesario para que alguien masculle un «¿qué pensaría Molly de esto?», claro está. Sin embargo, el cambio es nuevamente sutil. Qué cabrón, McEwan.
Es entretenido. Está bien escrito, tanto hablando de música como de la historia que cuenta. Tiene un mensaje claro sobre lo que puede hacer la mente con el maravilloso trabajo de alguien y sobre la importancia de la moralidad. Se deja leer con facilidad. Juega con las emociones del lector al final. Y a pesar de todas esas cualidades, no deja de ser un librito. Un librito ligero, que se lee en un rato largo, cuyo final sorprende y que se recuerda una semana y luego se pasa a otra cosa. Si es eso lo que se busca, adelante; pero si lo que se pretende es una lectura que de verdad perdure en el recuerdo, mejor pasar de largo.

4 respuestas a ““Amsterdam” de Ian McEwan

  1. También fue mi primer contacto con McEwan y me quedé con las mismas impresiones. Molly Lane me resultó un personaje de lo más interesante que me hubiera gustado que se profundizara más. He leído más cosas de él y se ha convertido en un autor del que estoy dispuesta a leerlo todo. Expiación es una obra maestra. Saludos!

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