—¡Libros! —exclamó Tuppence.
La palabra, en sus labios, tuvo el efecto de una malhumorada expresión.
—¿Qué has dicho? —preguntó Tommy.
Tuppende volvió la cabeza hacia él, que se encontraba en el extremo opuesto de la habitación.
—Dije: “¡Libros!”
—¡Ah! Ya comprendo —contestó Thomas Beresford.
Agatha Christie es una de las más célebres escritoras inglesas del pasado siglo. Gracias a esto, sus fans no sufrimos la desconexión que suele ocurrir con autores del pasado: lo difícil, en este caso, es no encontrar sus obras en las librerías. Y yo encantada. Hoy os traigo La puerta del destino (Postern of Fate, 1973), la última novela escrita por la autora.
En esta obra la autora se reencuentra con dos de sus personajes recurrentes, Tommy y Tuppence, un matrimonio de ex espías ingleses. La pareja se muda a un nuevo hogar y ella, curioseando por la casa, descubre una anotación en un libro: “Mary Jordan no murió de muerte natural. Fue uno de nosotros”. Este será el punto de partida de una investigación en torno al pasado que llegará, sin embargo, hasta el presente de los personajes, poniendo en peligro sus vidas.
Soy una gran admiradora de la obra de Christie. Es una autora a la que acudo para hallar lecturas ligeras, poco exigentes, cuando los textos más complejos me saturan. Leerla es como volver a casa después de mucho tiempo sin estar en ella. Sus novelas me gustan más o menos, pero siempre me ayudan a desconectar: Christie maneja de forma excelente el misterio y las investigaciones. Es una autora muy inteligente, sus personajes son deliciosos y su forma de guiar al lector estupenda. Si nunca habéis leido nada suyo, deberíais hacerlo (sentíos libres de pedirme recomendaciones).
He de reconocer, sin embargo, que esta obra de la que os hablo hoy es una de las que menos he disfrutado: creo que es la más ambiciosa de las que he leído (junto a Tercera muchacha (1966); ambas pertenecen a la última época), que busca una complejidad excesiva y esto le pasa factura (lo que no pasa con el otro título que os cito). Para mí, se divide en dos partes muy diferenciadas. La primera presenta la investigación, plantea todas las pruebas, todo ello regado con ese duelo dialéctico que realizan de forma constante los personajes principales y que es una delicia. Reconozco que el planteamiento es verdaderamente intrigante, y el hecho de que se mire al pasado y que se tantee el espionaje le da un toque de thriller más actual que me interesaba mucho. Y sí, durante la totalidad de la parte inicial disfruté como una cría. Los ires y venires de Tuppence son geniales, y su locuacidad resulta muy divertida.
El problema viene en lo que doy a llamar la segunda parte. La cosa se estanca y pierde le interés cuando la aparición de las pruebas se dosifica tanto que ya parecen hasta torpemente hiladas (no lo están: es la sensación que produce el texto durante la lectura). La ecuación diálogo>narración se torna también en su contra, pues la trama no avanza salvo a trompicones concretos, como el descubrimiento de X o la muerte de Y: el resto son deducciones vanas y aburridas. Incluso las conversaciones entre los personajes principales pierden su chispa para tornarse en anquilosadas, redundantes y solo meramente anecdóticas. Una lástima: dos personajes carismáticos se convierten en seres aburridos y planos sin interés narrativo.
Las novelas de Agatha Christie (por extensión, la novela detectivesca en general) suelen ser obras ágiles, inteligentes, que sorprenden al lector con cada una de las pesquisas de los detectives en cuestión. No es el caso. Aquí la trama llega al extremo de ser muy aburrida de leer, pese a tratarse de una obra escrita con un estilo sencillo y poco dado a las estridencias. El problema es el siguiente: de una línea argumental en apariencia limitada surgen una serie de hilos a los que no se dedica el tiempo suficiente sino que tan solo se mencionan. Por tanto, por más que la idea de la que parte sea más compleja que el habitual crimen en que se basa la autora, termina siendo una novela más pueril de lo normal, cuya trama no es solvente.
Para mí es un gran no. Hay muchísimas obras de la autora que merecen la pena, pero esta no es una de ellas, pese al entretenimiento del que puede proveer. Una lástima que cerrase su trayectoria con ella.